Choques entre ‘capuchos’ y ‘anticapuchos’, microtráfico y acoso generan alerta en la comunidad universitaria
En la Universidad del Valle, sede Meléndez, un conflicto silencioso pero creciente enfrenta a dos grupos: los ‘capuchos’ y la ‘unidad anti-capuchos’. Los primeros, autoproclamados defensores de la resistencia estudiantil, justifican sus acciones en la historia de la lucha universitaria. Los segundos, estudiantes que rechazan los disturbios y denuncian el desorden, el vandalismo y la violencia dentro del campus.
En medio de esta disputa, emergen problemas aún más graves: microtráfico de drogas, inseguridad en las fiestas de los viernes (‘audiciones’), acoso a mujeres y la falta de control institucional. Profesores y estudiantes exigen respuestas, mientras que la ciudad observa con preocupación cómo Univalle sigue marcada por el ‘tropel’ y el desorden.
Una universidad en tensión: ‘capuchos’ vs. ‘anticapuchos’
El pasado 26 de febrero, los ‘capuchos’ anunciaron la conmemoración del “26F”, fecha en la que, según su versión, la Policía y el Ejército asesinaron a 15 estudiantes en 1971. Como en otras fechas emblemáticas –el 8 de junio, Día del Estudiante Revolucionario, y el 22 de septiembre, aniversario del asesinato de Jhonny Silva–, se esperaba el clásico enfrentamiento con la Fuerza Pública en la Avenida Pasoancho.
Pero esta vez, la tensión escaló dentro del campus. La Unidad Anti-Capuchos, a través de un comunicado, expresó su hartazgo con los disturbios y denunció la presencia de actores externos que usan la universidad como refugio para actividades ilícitas.
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Un profesor, que pidió reserva de su identidad, advierte que algunos ‘capuchos’ están vinculados a milicias y barras bravas, lo que ha llevado a una radicalización dentro de ciertos grupos.
“Hasta hace poco, un restaurante de la universidad quebró porque los ‘capuchos’ se lo tomaban y se llevaban la comida. Algunos de mis estudiantes me avisan cuando habrá tropel: ‘Profe, no deje trabajos para hoy’, dicen. Se escuchan rumores, y al rato empiezan a probar las papas bomba.”
El profesor José Joaquín Bayona, del programa de Estudios Políticos, señala que estas protestas violentas han perdido sentido:
“¿A quién afecta el tropel? A los vendedores ambulantes, a los trabajadores del campus. En un consejo académico se hizo el cálculo de cuánto cuesta un tropel: $10 millones en papas bomba. ¿De dónde sale esa plata? Y ahora, ¿contra quién protestan, si el gobierno es de izquierda?”
La falta de claridad sobre quiénes están detrás de la capucha genera rumores y miedos dentro de la universidad. ¿Hay presencia de grupos armados? Nadie lo confirma, pero muchos lo sospechan.
Audiciones descontroladas: fiestas, drogas y secuestros frustrados
Los viernes, el campus de Meléndez se convierte en una enorme discoteca al aire libre. Las ‘audiciones’, organizadas por diferentes colectivos estudiantiles, varían en contenido: algunas promueven el arte y la música, pero otras se han convertido en focos de inseguridad.
El pasado 14 de febrero, la situación se salió de control. Un mensaje que circuló en grupos de WhatsApp advertía sobre un intento de secuestro de una joven en medio de las fiestas. La universidad ordenó una evacuación de emergencia, y la Fuerza Pública tuvo que revisar vehículos para descartar que alguien estuviera retenido dentro.
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Los docentes también han denunciado problemas con personas externas que ingresan sin control. Un informe del Comité de Representantes de Profesores detalla casos como:
- Agresiones a los guardias de seguridad, como el ataque a un vigilante con un casco.
- Personas ajenas al campus realizando actos obscenos en los baños de mujeres.
- Venta ilegal de alimentos con pipetas de gas en zonas de riesgo, como los laboratorios de Ciencias Naturales.
Un funcionario de Univalle explica que detrás de algunas audiciones hay un negocio de microtráfico:
“El punto más peligroso es el famoso ‘Aeropuerto’ de Univalle, donde los jíbaros dominan el negocio. Algunos estudiantes de maestría evitan pasar por ahí, pues han ocurrido atracos y hasta intentos de abuso sexual. La falta de iluminación y control facilita estos delitos.”
El acoso a mujeres: una denuncia constante
El colectivo feminista Ultravioleta ha denunciado un aumento en los casos de acoso y violencia de género dentro del campus. Uno de los más recientes fue el de un exhibicionista, captado masturbándose frente a dos estudiantes en el coliseo y que luego apareció desnudo en los baños de mujeres.
“No sabemos si es profesor o estudiante, pero la universidad no ha hecho seguimiento al caso. Exigimos que se refuercen las medidas de seguridad y que haya más guardias mujeres, porque solo hay tres en todo el campus.”
Desde Ultravioleta también han insistido en la creación de un protocolo claro contra la violencia de género, ya que las víctimas no saben a dónde acudir o qué hacer ante una situación de acoso.
¿Qué debe hacer la universidad?
El profesor Adolfo Álvarez, director del Programa Institucional de Paz, insiste en que la raíz del problema es la falta de gobernabilidad dentro del campus.
“La autonomía universitaria no puede confundirse con ausencia de autoridad. Hay momentos en los que sí se respetan las reglas, pero hay otros en los que la universidad pierde completamente el control.”
Por su parte, el profesor Bayona propone que la universidad retome el liderazgo con medidas claras:
“No se trata de prohibir las fiestas, pero sí de organizarlas y controlarlas. Hoy la rectoría prefiere ignorar el problema. Con el tropel pasa lo mismo: la respuesta es evacuar, pero nunca se toman decisiones de fondo.”
El rector Guillermo Murillo, en la rendición de cuentas de 2024, reconoció la grave crisis de seguridad y anunció la creación de una Comisión de Seguridad para buscar soluciones concertadas con la comunidad universitaria.
Mientras tanto, el problema sigue creciendo. La pregunta que resuena en los pasillos de Univalle es ¿hasta cuándo la violencia y la inseguridad marcarán la vida estudiantil?.