Han tenido que pasar 103 años para que el país volviera a ver de frente los daños de un pandemia y la incertidumbre que esta genera entre las sociedades.
Fue entre 1918 y 1919 cuando una gripe de origen desconocido cobró la vida de más de 20 millones de personas en el mundo, marcando un hito que al día de hoy parece retumbar en la memoria colectiva.
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Un estudio titulado “La pandemia de gripe de 1918-1919 en Boyacá y Bogotá, 91 años después”, publicado en 2009 por investigadores de la Universidad Pedagógica y la Universidad Nacional, da cuenta de cómo esta enfermedad impactó de forma contundente las dos regiones mencionadas en el título del informe.
En el caso de la capital del país, se estima que por lo menos 100 mil personas (lo equivalente al 80% de la población) resultaron contagiadas. Dicha situación llevó al cierre de iglesias, teatros, universidades, colegios y lugares que implicaran reuniones o aglomeraciones.
Para ese entonces Colombia estaba bajo el mandato de Marco Fidel Suárez, quien en conjunto con las autoridades locales habría llegado a la conclusión de que era necesario hacer este tipo de restricciones para evitar que la tragedia fuera mayor.
Sin embargo, todo parece indicar que el rol del Estado no fue precisamente el más eficaz, pues no en pocas ocasiones la iniciativa privada tuvo que tomar las riendas de la mano de la Iglesia Católica, que tenía entre sus funciones encargarse de proteger la salubridad pública.
Es curioso que las inferencias sobre el origen de aquella pandemia tengan rasgos comunes con lo que hoy enfrenta el mundo con el Covid-19: el contacto frecuente con algunos animales para fines alimenticios, los avances en materia de agricultura, la expansión del capitalismo materializado en globalización y comercio exterior.
Cuando se presentan tales condiciones la llegada de enfermedades a otros continentes es prácticamente inevitable. Y más si se tiene en cuenta que para entonces la humanidad no contaba con los recursos tecnológicos que hoy se tienen a la mano.
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Cabe mencionar que el caso de Boyacá fue igual o incluso más preocupante que el de Bogotá pues las cifras indican que probablemente 2.019 personas fallecieron por esta patología.
Los datos no son muy exactos porque las gripas comunes ya existían, y no siempre era fácil hacer una distinción clara entre estas y aquellas provenientes del virus que atemorizaba al mundo.
Es interesante ver cómo esta gripe afectó a dos espacios diametralmente opuestos. Para entonces la población de Bogotá apenas superaba las 100 mil personas, de las cuales cerca de 1000 murieron directamente por la epidemia. La capital estaba más conectaba con el mundo moderno y estaba en un proceso de transformación. Sin embargo, la pandemia dejó a la luz que no había un buen sistema de agua potable ni alcaltarillado, lo cual influyó en el impacto de la enfermedad”, señala el historiador Arnovy Fajardo.
El experto añade que: “Boyacá, para ese entonces, tenía una población rural muy elevada, era uno de los territorios más poblados del país, pero presentaba también condiciones sanitarias bastante precarias (...) En Boyacá la economía rural era también muy pobre, lo que se ve reflejado en el impacto de la pandemia en ese municipio”.
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