Álvaro tiene 58 años, de los cuales ha dedicado 45 a levantar su hospital. Él viste con una bata azul con figuras de muñequitos, mantiene con un fonendoscopio colgado al cuello y unas gafas con lupa pegadas a la frente, esto para verificar los latidos de sus ‘pacientes’ y para hacer complejas cirugías.
Él es el creador de ‘El Viejo Hospital de los Muñecos, un centro asistencial donde se le da a los juguetes un tratamiento integral. “Se organizan, los pongo de nuevo a caminar, a hablar... mejor dicho, los salvo de caer a la basura, que eso para ellos es la muerte”.
Su hospital ha tenido varias sedes. Empezó en la Calle 15 con Carrera 15, luego se instaló cerca al Parque del Avión, estuvo en Chiminangos y donde más tiempo permaneció fue en la Calle 5 con Carrera 14. Ahora, hace más de un mes, se trasladó a San Bosco.
Por estos vientos de septiembre a ‘El Viejo Hospital de los Muñecos’ está llegando un ejército de Papa Noel que necesita de cuidados intensivos para poder batallar en la época decembrina. El más reciente llegó en los huesos, o más bien en la varillas, porque un espantapájaros bandido, reencarnado en un gato de ojos pardos, lo sorprendió dormido y lo atacó. Solo le dejó en pie su cara bonachona con las barbas roídas por los años, porque hasta las tripas se las sacó.
Casi al borde de la muerte también llegó ‘Chuky’, tenía los dedos y la nariz amputados y el cabello rojo trasquilado. El pobre muñeco ni siquiera pudo contener el ataque del que fue víctima a pesar de tener un aura diabólica.
“Aquí el porcentaje de mortalidad es nulo, yo a todos los salvo. Cuando el caso es muy complicado los dejo en ‘cámara ardiente’ hasta que les encuentre la cura”, comentó Álvaro Pinzón, el único doctor que ha dedicado su vida a salvar juguetes. “Este arte comenzó con mi abuelo, el restauraba figuras de barro, yeso o cerámica. Mi padre se dedicó a lo mismo y como era de esperarse yo también”, comentó este rolo de nacimiento.
Afuera, en las ventanas de ‘El Viejo Hospital de los Muñecos’ están colgadas cabezas de muñecas despelucadas y tuertas, y cuerpos manchados y amputados. “Muchos piensan que se ve macabro, pero yo lo hago por llamar la atención de los clientes, para que no se pierdan”, comentó entre risas Álvaro, quien a cada muñeco le tiene un nombre y hasta una misión dentro del hospital.
Adentro, el centro asistencial tiene ese olor a viejo que le hace honor a su nombre y está llenísimo de juguetes que han sufrido toda clase de vejámenes propios de su condición de acompañantes de las más increíbles y peligrosas aventuras.
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