En plena plazoleta de El Vaticano, la figura de la Madre Teresa de Calcuta se destacaba entre los transeúntes. Allí, la religiosa, a simple vista frágil como producto de su avanzada edad, pero con corazón de acero, se arrodillaba frente a una multitud de habitantes de la calle para darles alimento.
Esa fue la escena que inspiró al Padre José González durante su estadía entre 1995 y 1997, en Roma, Italia, donde realizaba sus estudios de teología en la Universidad Gregoriana, pues cada uno o dos meses tenía la gracia de presenciar ese acto de amor que rompía los imaginarios sobre todo lo que engendra la vida en calle.
“Yo me acercaba para escuchar sus palabras y la frase que más repetía era Jesús, qué alegría poderte atender, qué alegría poderte tener entre mis manos. Entonces me decía a mí mismo: qué bueno poder hacer esto en Cali”, recuerda el sacerdote, quien también confiesa que a partir de allí surgió la idea de crear la Fundación Samaritanos de la Calle.
Después de regresar a la capital vallecaucana en 1997, fue nombrado canciller por monseñor Isaías Duarte Cancino (q.e.p,d), a quien le manifestó su interés por servir a esta población vulnerable. Una labor que empezó a cumplir desde la Iglesia Santa Rosa de Lima, donde ejercía como párroco. Allí, todos los días, ‘La Puerta de la Misericordia’, como le llamaban en esa época, era habilitada para ofrecerle café con pan a todo aquel que se acercara a ella.
Posteriormente, el Padre lideraba recorridos en los que reunía a un grupo de voluntarios, que todos los martes recibía la misa y después se organizaba para llevarle comida a los habitantes de la calle de barrios vecinos como Sucre, el Obrero, San Bosco y el Calvario.
De esta forma, en 1998, hace ya 25 años, esos esfuerzos ya tuvieron nombre y espacio propio: Samaritanos de la Calle, una fundación sin ánimo de lucro, ubicada en el centro de Cali. Inicialmente, en una casa entregada por el alcalde de la época a modo de comodato en la cual se consolidó un espacio especial para esta población.
Hoy en día, la Fundación Samaritanos de la Calle tiene como misión promover el desarrollo integral de los habitantes de calle y otras poblaciones vulnerables y/o vulneradas.
Para cumplir con esa promesa, un grupo interdisciplinario de 150 trabajadores de la Institución enfocan sus esfuerzos en brindar una atención integral, a través de espacios de bajo, medio y alto umbral, que incluyen duchas, barbería, dormitorios, talleres de manualidades, consultorios de odontología, atención médica y apoyo psicosocial personalizado. Allí, cada día con la presencia de niños, adultos y adultos mayores, cobran vida las áreas de Servicio de Atención Básica, Servicio Diferencial para Habitantes de la Calle con Animales de Compañía, así como los Dormitorios Sociales, Hogar de Acogida de Santa Elena, Hogar de Paso Sembrando Esperanza, entre otros.
“Desde el primer momento buscamos crear un vínculo. Una relación de ayuda y confianza, que permita la construcción de diferentes posibilidades adaptadas a las necesidades de cada persona”, sostiene José Omar Díaz, coordinador de Atención Integral de Samaritanos de la Calle.
Todo esto a través de un trato digno y humano, así como de actividades para dignificar, restituir derechos y recuperar las prácticas de autocuidado físico, emocional y espiritual para mitigar el impacto de la vida en calle, rechazada y estigmatizada por la sociedad, pero con igualdad de derechos.
“Nuestra apuesta es que la persona haga una reestructuración de su concepción de vida, que pueda relacionarse en sociedad y aprovechar sus capacidades. Y finalmente, que salga del proceso como ser humano autónomo”, manifiesta Díaz.
Lo anterior ha sido posible con el apoyo de los más de 400 voluntarios que cada año donan su apoyo a la comunidad, cargados con paciencia, amor y voluntad de servicio .
“El voluntariado fue la esencia del nacimiento de la Fundación. Nos permitió llegar, conocer y ser aceptados por los habitantes de la calle. Es nuestra fortaleza”, destaca Libia Mina, voluntaria y directora de Proyectos de Samaritanos de la Calle, quien sirve a la comunidad desde los inicios de la Fundación hace 25 años.
Para ella, al igual que para otros voluntarios, el mejor pago por esta labor es la satisfacción que deja darle una mano amiga a aquellos que “nadie quiere ver, que nadie quiera atender”.
Es por ello que de manera fiel y constante, no paran de llegar a la Fundación los voluntarios, que incluso en tiempos de pandemia, están dispuestos a entregar no solo su tiempo, sino parte de lo que son.
El trabajo articulado entre los trabajadores de la Fundación y los voluntarios hace posible la resocialización de grandes seres humanos que, por diferentes motivos, terminaron habitando las calles.
Julián Ríos, uno de ellos, es un claro ejemplo de superación personal. “Hace diez años inicié este proceso, que me ayudó a cambiar mi perspectiva de vida y desde hace cinco trabajo en Samaritanos, como terapeuta en farmacodependencia. Gracias a su apoyo incondicional, hoy me dedico a servir a los demás”.
Mario Pérez, quien en sus 30 años de vida en calle tocó fondo, llegó hasta la Institución luego de sufrir una herida. “Lo que más me impactó fue que me recibieron como una persona. Me atendieron sin juzgarme, criticarme ni hacerme ninguna pregunta”, recuerda emocionado con gratitud hacia quienes para él fueron como ángeles en su duro camino. Como ciudadano autónomo que ya es (terminó su proceso), tiene cuatro diplomas del Sena y aplica sus conocimientos al servicio de la Fundación.
“Samaritanos ha sido mi refugio y mi ancla. Ahora, cada vez quiero más mi trabajo y lo hago mejor de la mano de Dios”. Testimonios como este, de Álvaro Lombada, son el gran motor que mueve a Samaritanos de la Calle a continuar cambiando vidas.
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