“Como médica, como sobreviviente, como hija de alguien que falleció por esta infección les digo: hay que cuidarse, cuidar a los demás. Por favor, no bajen la guardia, esto es real”.
Quien habla es Carolina Perafán, médica de atención prioritaria, quien desde el 23 de diciembre ha estado hospitalizada, en tres sitios distintos, debido a la complejidad que fue atravesando por el Covid-19.
El 28 de diciembre ingresó a Dime, donde estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos, intubada, y donde lograron salvarle su brazo derecho, tras un evento trombótico, derivado del covid, que en muchos casos deja secuelas más allá de lo pulmonar.
Ayer le informaron que habrá que cortar parte de su dedo meñique derecho, aún no se sabe hasta qué punto. Pero está viva, logró sobrevivir y con esa fortaleza, sigue adelante.
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Carolina perdió a su mamá, Esperanza Perafán Valencia, el 25 de diciembre, víctima del virus, tras permanecer cinco días en la UCI de Imbanaco.
Sus dos hermanas, en momentos distintos del mes de diciembre, también sufrieron covid; una de ellas, Marcela, también médica, con mayor severidad, y quien tuvo que mejorarse a la fuerza cuando ocurrió la muerte de su mamá.
Ana María, su hermana gemela, enfermó después de la muerte de su madre y acaba de salir de su convalecencia.
Carolina es mi prima hermana, Esperanza era mi tía, la melómana a la que sus amigos despidieron el fin de año con un profundo amor por su aporte al movimiento salsero de nuestra cultura caleña.
“Cuando empecé a sufrir los estragos de la enfermedad, ya mi mamá y mi hermana Marcela la tenían. Fui a urgencias de mi EPS, donde identificaron que presentaba una dificultad respiratoria, lo que obligó a llevarme a un lugar de mayor complejidad.
Allí empeoré mi respiración, al punto que tuvieron que llevarme a una unidad de cuidados intensivos. Ya en ese momento mi mamá había fallecido y mi hermana estaba con oxígeno en casa. Estando en UCI hice una complicación trombótica derivada del covid en mi brazo dominante derecho. Se taponaron las arterías por creación de coágulos y el brazo se estaba muriendo.
Mi familia logró gestionar un cupo para remitirme a Dime, el 28 de diciembre, donde había un cirujano vascular, Fernando Monroy, experto para operar mi brazo y evitar que se perdiera.
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Ya la ciudad estaba colapsada por el covid y en la clínica donde estaba no había especialista para mi situación. Aún tenía la neumonía pulmonar.
Lo primero que se me viene a la mente cuando abro los ojos tras la intubación es mi afán porque me atiendan, porque me salven el brazo. Estaba en un delirium, derivado de los medicamentos. Tenía una desconfianza enorme, quizás fruto de la ansiedad de todo el proceso para alcanzar una la cirugía.
Siempre quise saber la fecha, la hora y el día y es muy difícil ubicarse en el tiempo porque en la UCI no se sabe si es de día o de noche.
Cuando voy tomando conciencia a medida que pasan las horas fui siendo metódica de quienes pasaban cerca de mi cama, si pasaban de nuevo, y luego intento buscar dónde había relojes.
Cuando pude encontrar uno parecido me di cuenta de que no era un reloj sino un termostato que siempre marcaba 15, pero eso eran los grados centígrados de la UCI.
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Luego encontré un reloj donde, como nos enseñaban en la universidad en medicina, empecé a contar mil uno, mil dos, mil tres, mil cuatro y ahí pude darme cuenta de la hora, del día en que estaba.
Como me encontraba en un delirio, lo primero que se me vino a la mente fue la preocupación por mi familia, por mis hermanas y estar segura de que mi mamá había muerto. Aunque en el fondo creo que esa certeza sí la tenía. Ahí hice conciencia de que era así, y pensaba, además, que mi hermana Marcela estaba tan complicada como yo con el covid.
Al ser trasladada a hospitalización, lo más difícil era saber qué parte de lo que pensaba era delirio y qué la realidad. Y no tener certeza de mi brazo.
Sientes que la arruga de una media en el pie duele mucho, que intentas mover la pierna, tu pie y no se mueve, que tu mano duele y no sabes por qué. Que luego llega un auxiliar que quiere cepillarte los dientes pero al tratar de hacer succión crees que te vas a ahogar.
Mi prima Paola, que fue la primera persona a la que pude recibirle una visita, me explicó parte de la realidad; que muchas cosas que soñé y me asustaban fruto de la sedación, no eran ciertas; parte de lo que me atormentaba era porque tenía aún la mente en la clínica que estuve antes, pero que fruto del que evento trombólico me trasladaron. Que el perro que imaginé dando vueltas en la UCI no existía. Pero que mi perra Amelie sí era real y estaba en mi casa.
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Es muy duro empezar a reconocer tu cuerpo, luego de una intubación, no tienes un espejo pero sabes que te duele toda la cabeza, que no puedes mover los brazos y las piernas, y lo poco que puedes lo haces con una dificultad enorme, sin poder vencer siquiera la gravedad.
Quieres hablar pero tampoco puedes, porque aunque ya no tienes el tubo, tus cuerdas vocales quedan adormecidas. Aún no tienes la capacidad y la condición vocal para que te escuchen.
Recobrar las funciones vitales es complejo. Valerte por ti mismo. El no poder orinar tú mismo. Tratar de mover una parte de tu cuerpo, por lo menos en péndulo, o de un lado a otro es dolorosísimo, y solo te das cuenta que existen tus partes vitales cuando las puedes sentir.
La agonía de mi mamá no la viví. Yo fui la última persona que la vio viva porque fui quien la entregó en la clínica donde ella falleció, pero con la claridad de que ella no iba a salir de esto, por sus múltiples comorbilidades.
Eso sí lo tuve todo el tiempo claro. La agonía de su fallecimiento no he tenido el proceso mental de vivirlo, porque he estado en mi recuperación.
Sí sé que ya no está, que mi prima nos transmitió por llamada cuando el médico informó que murió a las 9:00 a.m. del 25 de diciembre y yo estaba hospitalizada en urgencias. Que luego, ya trasladada a otra clínica, vi en Telepacífico que contaban que la directora del Encuentro de Melomanitos había fallecido y ella era mi mamá. Pero el llanto, el duelo, aún no lo he vivido.
¿Que si sentí temor por mi vida? Sí, en muchos momentos, en los que estuve en el delirio, incluso actualmente, sé que ya estoy fuera de peligro, aún lucho contra una bacteria y estoy con antibióticos. Pero sí hubo momentos en los que quería desvanecerme, que no quería luchar más.
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Ortopedia ya definió que se debe cortar la parte final de mi dedo. La cirugía será en la próxima semana. Hay que determinar qué cantidad de dedo se debe cortar porque el ortopedista necesita tener piel buena y sana tapando donde va a quedar el muñón.
Así que salida por ahora de la clínica no va a haber. Sé que la discapacidad no va a ser mucha. Es posible que el evento trombótico implique otro corte o los dolores famosos de los miembros fantasmas. Pero confío en que mi capacidad de poder escribir o hacer mi trabajo como médica no va a ser interferida.
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Habrá que continuar con muchas terapias, actualmente el brazo me duele muchísimo porque uno siente que le quema, le congela, le pasa corriente y todo al mismo tiempo. Pero hay que empezar a moverlo, cerrar y abrir la mano, darle movimiento para que adquiera sus funciones naturales. Es una suma de muchos factores lo que define la recuperación.
A quienes están pasando por una situación similar ¿qué puedo recomendarles? Querer seguir viviendo. Creer que podemos con esto que nos está pasando y con mucho más.
Y a quienes están bien, decirles que las medidas de protección son vitales, pero no de cualquier manera como para que la Policía no te pare, sino medidas reales: tu tapabocas que cubra boca, nariz y mentón, no que cuando hables y se empiece a bajar lo tengas que estar tocando; el distanciamiento que sea mayor de dos metros, el lavado frecuente de manos, el uso frecuente de antisépticos y especialmente, si te puedes quedar en casa, hazlo.
Lo repito con énfasis: por favor, no bajen la guardia”.
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Por Paola Gómez, jefa de redacción de El País.
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