Según datos del Instituto Nacional de Medicina Legal (INML), por lo menos 993 mujeres fueron asesinadas en Colombia en el año 2021, 95 hechos violentos más que el año anterior (898). La primera cifra representó un 7,5% de los 13.238 homicidios ocurridos en el país durante 2021.
Más de la mitad de las víctimas fatales (56%) tenían entre 20 y 39 años. En este grupo, al menos 144 mujeres (15%) habían denunciado a su pareja o expareja de haberlas agredido.
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En el año 2021, 30.436 mujeres fueron agredidas por su pareja, 3.966 denuncias más que las registradas en 2020 (fueron 26.470). Además, el 59% de las víctimas resultaron ser mujeres entre los 20 a 34 años.
El Observatorio de la Fundación Feminicidios Colombia reportó en el primer semestre de este año 130 casos en el país, 39% menos que en el mismo período de 2021 (se reportaron 169). Vale la pena resaltar que la mayoría de los feminicidios ocurrieron en Valle del Cauca (22), Antioquia (11) y Atlántico (11). Además, 12 de las víctimas fatales eran venezolanas y 7 de ellas se desconocía su origen.
Según los datos de esta organización, 14 crímenes estuvieron antecedidos por violencia sexual y 26 por tortura.
La doctora Luz Imelda Ochoa, ex secretaria de mujeres de la Gobernación de Antioquia y especialista en asuntos de género, le contó a Q’HUBO que si bien hay penas para los feminicidas, las estrategias para la prevención se están quedando cortas.
Para Ochoa, el problema es mucho más profundo y se debe trabajar desde la educación en la primera infancia, involucrando en el proceso tanto a mujeres como a hombres, de modo que desde pequeños dimensionen qué es la violencia y el impacto que tiene en la vida de cada individuo.
Seguidamente, la Defensoría Delegada para los Derechos de las Mujeres y Asuntos de Género comunicó que entre enero de 2019 y octubre de 2022 se atendieron 478 casos de tentativa de feminicidio y 346 de feminicidio. Por otro lado, presentó el relato de una mujer que denunció de manera anónima que fue apuñalada por quien era su pareja sentimental. Luego de agredirla con machete y causarle heridas en las piernas y los ojos, le quitó dos dedos. Ella sobrevivió porque logró llegar por sus propios medios a una carretera para ser auxiliada; sin embargo, tuvo una incapacidad por 50 días y una vez fue dada de alta pudo testificar la pesadilla que padeció.
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El abogado penalista Juan Francisco Navarrete le explicó a Q’HUBO que la mayor diferencia entre homicidio y feminicidio radica en que este último ocurre cuando se interrumpe la vida de una mujer por su género. Además, explicó que con la tipificación del delito se le agregan agravantes, dependiendo de cada caso.
Por ejemplo, mientras un homicidio común tiene una pena máxima de 37 años, un feminicida puede purgar 41 años sin agravantes; pero en caso de presentarse tortura, violación y secuestro, entre otros, la pena puede aumentar. No obstante, de acuerdo con la Corte Suprema de Justicia la pena máxima que se puede purgar en Colombia es de 40 años.
Hay alerta roja por el incremento en los casos de violencia contra la mujer a manos de sus parejas sentimentales, quienes parecen tener dentro de su cabeza la infame idea de ‘porque te quiero, te aporreo’.
Q’HUBO habló con Lina Molina, psicóloga y docente del Politécnico Grancolombiano, y con la concejala Dora Saldarriaga, del movimiento político Estamos Listas, sobre todo lo que hay detrás de los tratos crueles y las fallas de nuestra sociedad para prevenir los feminicidios.
“En el caso del agresor, encontramos creencias de que la mujer es vista como un objeto o un ser inferior a ellos; también tiene una concepción sexual sobre la mujer y esto implica verla con unos roles específicos de ama de casa, en un espacio privado. Estas personas son agresivas y esto se debe a que durante su infancia sufrieron violencia de sus figuras afectivas y, en muchas ocasiones, los abandonó el padre o la madre.
En el caso de una víctima, la violencia por antecedentes de carencias afectivas en su infancia o la vivencia de episodios violentos hace que normalice a su victimario y sienta que él cumple un rol ‘cuidador’, alguien que le da un lugar. También tiene muy baja de autoestima. Cuando hablamos de una sobreviviente de feminicidio, desarrolla una baja interacción social y aparece la culpabilidad, la dependencia emocional y se desarrolla una paranoia porque la mujer revive una y otra vez ese episodio traumático”.
“Es un error creer que el feminicidio solo responde a un problema individual. Cuando miramos el entorno, encontramos unas ideas y creencias sobre qué es ser mujer y en donde se habla de ‘ser en función de otros’, entonces se cree que debe hacer todo lo que su pareja le pida. Y a través de varias acciones como sociedad replicamos estos discursos violentos, entonces hay mujeres que piensan ‘si me pegó fue por algo’ y eso produce que al final no se denuncie el maltrato”.
“La violencia contra la mujer siempre se ha dado, pero actualmente se visibiliza más; hay más mujeres que piensan ‘si otra denunció, yo lo voy a hacer’. Ahora, como sociedad debemos trabajar en ofrecer entornos seguros para que haya una primera escucha, que el acompañamiento psicológico llegue a los barrios, que las familias sean protectoras, que haya confianza en las escuelas, los trabajos y en el sistema público, en donde se pueda contar que es víctima de maltrato, que en lugar de que pase desapercibido se cuenten las rutas de atención. La tarea es larga, pues debemos hacer una intervención
personal, social, cultural y de justicia”.
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“Hay una violencia institucional por la falta de prevención y sanción de los feminicidios. La institucionalidad no atiende de manera efectiva el seguimiento a las medidas de prevención y esto sería clave para evitar un alto número de casos. En política criminal, el feminicidio pasó de ser un agravante a una figura penal autónoma, eso obliga a que haya una mirada específica de las causas por las cuales se asesina a una mujer y, aunque hay un endurecimiento de la pena, si no hay una investigación exhaustiva, muchos casos quedarán impunes”.
“Existen fallas culturales, todavía está la violencia machista extrema amparada en el patriarcado. Ahora, necesitamos que haya una política de doble vía en materia de resocialización, eso implica una construcción cultural, la cual no se hace de la noche a la mañana ni se resuelve con un tallercito de masculinidades no hegemónicas. Es un proceso de largo aliento y hoy la cárcel no está cumpliendo con esa función resocializadora; además, el Estado está omitiendo este problema porque no está
invirtiendo en este tema”.
“En Colombia se debe crear un organismo especializado para la investigación de la violencia contra la mujer, que tengan conocimiento, formación y experiencia en el tema porque hoy hay funcionarios públicos que no tienen ni idea de las perspectivas de género. Deben crearse mecanismos efectivos y de fácil acceso para la denuncia y que se actúe con diligencia. Hoy la ineficacia judicial desestima las denuncias y genera impunidad, esto incluso requiere formas efectivas de romper con el círculo de la violencia y que las mujeres no se queden en espacios violentos, garantizarles seguridad y apartar al agresor; no que la víctima se vea obligada a modificar su vida”.
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