Apoyada en un bastón de granadillo debido a su dificultoso andar, con las manos temblorosas y agrietadas por los años, en contraste con la lucidez, sabiduría y conocimiento que solo dan los años, Albita Solarte Papamija se pasea por El Queremal como la única sobreviviente de las amasadoras del auténtico pandebono.
Aunque está cercana a los 100 años de vida, recuerda como si fuera ayer la historia que le contaron sus padres sobre la llegada de sus abuelos, Ignacio Papamija y Agapita Juspián.
Le contaron que llegaron a Felidia (Valle del Cauca), provenientes de San Agustín (Huila) en busca de trabajo, aprovechando que en la región del Dagua estaban en construcción la Central Hidroeléctrica de Anchicayá y la carretera Bolivariana que conectaría a Cali con Buenaventura.
Su abuela Agapita, como buena heredera de los indígenas Andaquíes huilenses, conocía los secretos de los amasijos del maíz con el que producían achiras, pandequeso, pandeyuca y pandebono.
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Y fue este último manjar el que llevó a Cali a principios de siglo para amasarlo en el Convento de la Sagrada Familia del barrio El Peñón.
Desde eso se empezó a exportar para el Puerto aprovechando la llegada de extranjeros -especialmente alemanes- que llegaron a estas tierras a fortalecer la industria maderera, las artes gráficas y la ingeniería de carreteras.
Era tanta la demanda, que no daba abasto para surtir los 10 canastos en el que acomodaba de a 50 panecillos de maíz curado, queso prensado y almidón de yuca remojados con suero, por lo que le pasó el secreto de la preparación a sus hijas Adelina y Cleotilde, y estas a las nietas Limbania y Albita, que en aquel entonces contaba con tan solo 12 años.
No solo aprendió el arte culinario a la perfección, sino que le dio su toque mágico y personal al amasarlo en hojas de plátano y quemarlo en hornos de piedra que atizaba con madera fina de guayabo, cafeto y manzano.
Con el correr de los años su fama se extendió, justo en la tierra donde dos siglos atrás los arrieros ya hablaban del pan que elaboraban en la Hacienda El Bono, ubicada en San José de El Salado, a escasos kilómetros de su casa, conocido como ‘El Pan de El Bono’, complementado con el de la familia de Albita que acogieron los caleños como ‘El Pandebono’.
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Fue allí donde la historia del manjar de los dioses se partió en dos, pues la fama del pandebono que se amasaba en el Valle del Cauca traspasó las fronteras y se convirtió en artículo obligado en la parva que se llevaba para desayunos, medias nueve, el algo y la merienda de los colombianos.
El 11 de mayo de 1958, cuando el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon visitó a Colombia con su esposa Pat Ryan Nixon, lo que más les sorprendió de la gastronomía colombiana fue el sabor del pandebono.
“Oh, my God”, dijo el mono abriendo los ojos, cuando lo probó. Albita se acuerda palpablemente de eso. Y de ahí en adelante, llovieron las anécdotas que ella cuenta:
Su abuela Agapita todos los días llevaba el pandebono a la mesa de los Carvajal. Manuel, Alberto, Hernando, Alfonso, Alfredo, María Eugenia, Pedro Felipe, Jorge Hernando y Jaime se criaron con la rosca en el plato.
Narra que los habitantes de El Queremal quedaron sorprendidos al ver el ruidoso helicóptero que aterrizaba a un lado de la carretera central, el cual transportaba al ministro de Defensa de aquella época, Rodrigo Lloreda Caicedo, quien entre una de las tantas misiones que traía, estaba la más importante: probar el pandebono.
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Era tanta su afición al buen pandebono, que su gusto lo heredó su hijo Francisco José Lloreda Mera, ex ministro de Educación y actual director de la Asociación Colombiana de Petróleo y Gas, quien cuando ofició como secretario de Educación de la Alcaldía de Cali, sagradamente desayunaba todos los días en el CAM con dos humeantes pandebonos. Y repetía.
También recuerda que el entonces presidente Misael Pastrana Borrero, cuando vino a inaugurar la central hidroeléctrica de Anchicayá, se saltó los protocolos para llegar hasta el estadero El Zaphir y desayunar con pandebono, justo en el lugar donde el ex alcalde de Cali, Rodrigo Guerrero Velasco, aceptó el reto de enfrentar el pandebono con el pandeyuca para que los vallecaucanos escogieran la delicia que se denominaría como propia.
Ganó el pandebono, lejos. Recuerda Jesús Eduardo Montoya Pacheco -sobrino de Albita y nativo de esta tierra- que de 100 comensales que probaron los amasijos, 120 se inclinaron por el pandebono, ganándole así la apuesta al padre del ‘Vivo Bobo’.
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Se popularizó tanto este manjar que el entonces alcalde de Dagua, Diego Fernando Solarte, en el año 2013 logró reunir en la plaza a los mejores exponentes del pandebono y allí Albita y su hermana Limbania elaboraron 2.000 ejemplares que fueron compartidos con periodistas, ciudadanos e invitados.
Ese cúmulo de historias fue el trampolín para que el pandebono saliera hacia el exterior, logrando que el pasado 3 de enero de 2023 se escogiera como el ‘cuarto manjar más rico del mundo’, según la Enciclopedia Gastronómica Internacional de Taste Atlas.
Y para que el actual alcalde de Cali, Jorge Iván Ospina Gómez, se uniera a las iniciativas de la cadena radial RCN y la asociación de panaderos de la ciudad, para rendirle homenaje al Día Mundial de El Pandebono en la plazoleta de la caleñidad Jairo Varela, donde este viernes 26 de mayo se realizó oficialmente el Día del Pandebono.
Q'hubo se hizo presente y hablamos con los caleños:
Por: William López Arango.
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