Este lunes se habilitaron 25.000 parroquias para las personas, siguiendo los protocolos de bioseguridad.
"¡Finalmente!". Después de dos meses y medio de espera y restricciones debido al coronavirus, la italiana Alba Fiore pudo volver a misa en la iglesia de Santa María en Traspontina, a pocos pasos del Vaticano y recibir como deseaba la comunión.
A partir de este lunes, la celebración de la misa ha sido autorizada en las 25.000 parroquias de la península, pero con la condición de que se respete un protocolo específico para evitar la propagación del virus, que ha causado la muerte de unas 32.000 personas en el país, entre ellos unos 120 sacerdotes.
Alba, una devota católica de 83 años, que en contadas ocasiones ha salido de casa durante el largo encierro, siente "una nueva aurora" al entrar a su iglesia, un templo del siglo XVI, con mármoles que provienen del Coliseo romano e importantes reliquias.
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"Fue pesado estar siempre en casa", confiesa a la AFP la anciana maestra, apasionada de la lectura, que ha devorado en las últimas semanas tres volúmenes de la novelista italiana Elsa Morante.
Esta mañana, antes de entrar a la misa de las 9:00, utilizó la botella de gel desinfectante colocada a la entrada, se ajustó la mascarilla obligatoria y se sentó en uno de los bancos, dispuestos a una buena distancia los unos de los otros.
"Está todo organizado con mucha atención, me siento serena", aseguró.
"No se hace fila para la comunión y se recibe en las manos", explicó el cura carmelitano, prácticamente enmascarado, mientras hablaba al micrófono desde el altar barroco.
Otra creyente se apresuró a volver a la entrada de la iglesia para desinfectarse de nuevo las manos para así poder recibir la hostia.
Las primeras misas del lunes permiten a padre Massimo Brogi observar la reacción de los fieles y prepararse para las celebraciones del domingo, tradicionalmente con más asistentes.
Los carteles indican que sólo dos personas pueden sentarse por banco, separados por un metro de distancia.
A su vez los bancos han sido dispuestos a 1,60 metros de distancia, por lo que la capacidad del templo para más de 200 fieles ha sido reducida a máximo 90 personas.
Una urna ha sido colocada a la entrada para la tradicional recolecta. No se prevé el uso de "termoscanners" para medir la temperatura de los fieles, ni de guantes.
El miedo persiste
Abierta a la oración durante los meses de encierro, como muchas iglesias de Roma, Santa María en Traspontina va a permanecer vacía casi todo el día.
"Es que la gente estaba realmente asustada", reconoce el padre Brogi: "¡Ni en tiempos de guerra, habíamos sentido esto!", comenta.
El religioso solía hablar principalmente con sus fieles por teléfono y utilizaba con frecuencia las redes sociales.
"Nuestras misas fueron transmitidas en directo por nuestra página web. Mucha gente las seguía desde sus computadoras y móviles, incluso en Brasil e India", cuenta.
Pese a ello, el sacerdote espera con impaciencia el domingo para que familias y niños asistan al tradicional culto.
"Me hacía falta", confiesa Giuseppe, un empleado del sector administrativo, de 40 años, quien suele detenerse a menudo en esa céntrica iglesia para un momento de oración.
"Necesitaba ese momento comunitario real", asegura.
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La iglesia, ubicada en la avenida que conduce a la plaza de San Pedro, es meta de numerosos turistas, especialmente después del ángelus del domingo, por lo que suele estar llena de monjas y seminaristas que trabajan o viven en el vecindario.
"Comparto la alegría de las comunidades que finalmente pueden encontrarse como una asamblea litúrgica: es un signo de esperanza y un regalo para toda la sociedad", comentó la víspera el papa Francisco.
El episcopado italiano tuvo que protestar para poder reanudar las misas, una controversia que obligó al pontífice a intervenir con éxito para reconciliar al Estado italiano con los obispos.