"No quiero que me recuerden, en absoluto, quiero seguir vivo toda la vida”, afirmó Fernando Botero el 22 de enero de 2016 en una entrevista radial, al ser consultado por la muerte, esa a la que solía esquivar, de la que se burlaba a su manera en sus pinturas, que inmortalizó en los cuadros dedicados a su hijo Pedrito.
La muerte alcanzó hoy a Botero, uno de los colombianos más universales, más exhibidos, cuyas obras voluminosas son inconfundibles. Botero murió a los 91 años en su casa de Montecarlo, rodeado de sus hijos y sus nietos, apenas cuatro meses después de la partida del “amor” de su vida, la artista plástica Sophia Vari, quien falleció el pasado 5 de mayo.
Fernando Botero nació el 19 de abril de 1932 en Medellín, en un hogar humilde. Fue el segundo de tres hermanos, que perdieron al padre cuando aún eran niños y tuvieron que dejar los jugos para ayudar en la economía del hogar que sostenía su madre con arreglos y costuras.
De los tres, Fernando tomó el camino más difícil, se dedicó al arte en una Medellín que aún transpiraba un aire campesino y melancólico, pero que ya despuntaba como la ciudad industrial, cuna de los grandes empresarios del país. En ese ambiente de urgencia económicas y realidad grises, el joven Botero se lanzó a ser artista plástico.
A los 15 años le vendió un dibujo a un vecino, lo que sería el presagio del hombre que décadas después cotizaría en millones de dólares sus cuadros y sus esculturas, todas con un sello inconfundible: seres con volumen, coloridos.
En sus obras están inmortalizados toreros de ropas apretujadas, mujeres sexys, prostitutas voluminosas, campesinos atildados, sacerdotes de otra época, todos coloridos, todos expuesto en museos y calles de países como Estados Unidos, Japón, México, Italia, Alemania, España y Francia, entre otros.
No fueron los únicos que aparecieron en sus cuadros, aunque sí los que más dominaron el conjunto de su obra. Algunos de sus cuadros también fueron contestatarios como el conjunto de 45 piezas que revelaron los vejámenes cometidos por los militares estadounidenses en la cárcel de Abu Ghraib, que despertaron los elogios de muchos y las críticas de sectores conservadores que consideraron su obra como “antiamericana”.
“La exposición ha recibido muchas críticas, muchos comentario no todos favorables, pero yo estoy acostumbrado a que mi obra sea controvertida, total que no hay ninguna novedad en eso”, afirmó en su momento el artista, cuando colgó la colección en la galería Marlborough, en Nueva York en 2006.
Siendo un adolescente, Botero publicó sus primeras ilustraciones en la revista dominical del diario El Colombiano y a los 19 años partió a Bogotá con el propósito de hacerse una carrera como artista plástico, aún sin la marca que caracterizó a su obra y que encontraría muchos años después.
En 1952 ganó el premio nacional de pintura y usó el dinero del galardón para viajar a Europa en un barco, en el que sería el inicio de un camino sin retorno, no solo de país sino en la definición de su arte. A pesar de su sentido mundano, Botero nunca dejó su acento antioqueño y en sus cuadros siempre estuvo presente la Colombia de su infancia, los personajes tristes del país, así como la violencia.
"Yo tengo una temática que está en mi corazón y en mi mente, que es la realidad latinoamericana, la realidad colombiana, la realidad de Medellín, no necesito más que ese recuerdo para seguir trabajando", afirmó el pintor y escultor a Caracol Radio en 2016.
Como muchas de las historias de los artistas plásticos, Botero no solo fue pobre en su infancia, lo fue en su juventud, incluso cuando ya era padre de sus tres hijos Fernando, Juan Carlos y Lina sus eternos compañeros de vida. El artista tuvo un cuarto hijo, Pedro, quien falleció en un accidente de tránsito en España, cuando apenas tenía cuatro años.
Botero descubrió la marca de su obra, el volumen, en las pinturas del artista italiano del renacimiento Piero della Francesca, que solía dibujar cuadros religiosos y óleos en iglesias.
Las obras de della Francesca están marcadas por la vivacidad del color, la geometría y la profundidad de campo. Pero la gran revelación para Botero le llegó en 1956 mientras dibujaba un boceto de una mandolina de trazos carnosos y con un orificio pequeño, lo que le dio otra dimensión al volumen.
"Mi talento fue haberme dado cuenta de lo que había sucedido ahí, que era importante para mí", aseguró el artista sobre aquel momento, al director de cine canadiense Don Millar, quien realizó un documental que tituló "Botero”.
En la década de los 70 y tras años de insistir en su técnica, las puertas del ámbito artístico internacional se abrieron para Botero cuando Dietrich Malov, el director del Museo Alemán, llevó a Berlín su obra para exponerla, lo demás fue una espiral en ascenso de un artista que construyó un lenguaje visual reconocible, único, como los grandes maestros del arte.
La extensa obra de Botero está en manos suyas, de marchantes, de coleccionistas y muchos de sus cuadros han sido valuados en millones de dólares. En marzo de 2022 una de sus obras, titulada “Hombre a caballo” fue subastada en Sotheby 's en 4,3 millones de dólares.
En el 2000, Botero donó al Museo de Antioquia 116 piezas, de ellas 23 esculturas monumentales que se instalaron en el parque que antecede al museo, en el corazón de Medellín. Además de 32 obras de artistas internacionales que estaban en su colección privada.
Meses después, el artista le donó al Banco de la República 208 obras, 123 suyas y 85 de artistas extranjeros. Ante el tamaño de la colección, el Banco abrió el Museo Botero, en el centro de Bogotá, de entrada libre.
Hace cuatro meses, el “amor” de la vida de Botero murió, hoy la muerte volvió a tocar las puertas de su casa para hacerlo eterno como soñaba serlo.
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