Desde que salí de Cartago, hace 35 años, hasta la fecha, he vivido con resignación la frase que hizo carrera y que identifica a esta ciudad en el Norte del Valle del Cauca: “Grande y fea como Cartago”.
Si bien es cierto que las cosas de mostrar eran pocas (La Isleta, El Club del Rio, el antiguo Hotel Mariscal Robledo con su famoso Salón Bambú, donde se realizaban fastuosas fiestas), la calidez de su gente hacía de Cartago un buen vividero.
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El apelativo de grande se lo ganó por sus calles o cuadras que parecen no tener fin y con sus casas de unas dimensiones tan enormes como anormales, sobre todo en barrios tradicionales como El Llano, La Independencia, San Nicolás y Collarejo.
Hoy, Cartago me sorprendió gratamente. Es otra ciudad. Hasta hace pocos años el tiempo parecía haberse detenido, era como si el tren del progreso hubiese pasado por la Villa de Robledo sin detenerse a mirar a sus habitantes, quienes suplicaban que se detuviera para abordarlo y así poder alcanzar a otras ciudades que ya le habían tomado distancia.
Cartago hoy
Conversando con muchos de sus habitantes me encontré con algo muy raro en estos tiempos: el pensamiento unánime de que el responsable de este cambio de cara de Cartago tenía nombre propio: Carlos Andrés Londoño Zabala, el alcalde que por estos días termina su Administración.
Todos coinciden en que es la mejor administración de los últimos 20 o 30 años. La proyección, el dinamismo y la celeridad en la ejecución de las obras permitieron que la ciudad tenga hoy tan excelente desarrollo. Este se nota en el auge del comercio, sus vías, la semaforización, construcción de modernos edificios, la infraestructura en la salud que hoy tiene más opciones para la ciudadanía, la adecuación de sus vías de acceso que trajo como consecuencia la expansión bien programada hacia Santa Ana y Zaragoza".
En el primer año de su administración, la ciudad ocupó el puesto 23 entre los más de mil municipios del país, gracias al excelente manejo de sus regalías.
En cuanto a la educación, hizo reparaciones completas de escuelas como la Francisco José de Caldas y recuperó la sede principal de la Institución Educativa Alfonso López Pumarejo.
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En infraestructura, una de las obras más importante fue la continuidad de la doble calzada desde Idema hasta desembocar frente al Club Campestre en la carretera principal de la vía a Cali. También trabajó incansablemente en la modernización del acueducto y alcantarillado.
Un final feliz
Finalizando su período, Carlos Andrés Zabala en esta Navidad hizo que los cartagueños se sintieran orgullos con la entrega de los parques como el de Guadalupe, el de los Periodistas frente a la sede del Cuerpo de Bomberos, el Parque de San Francisco, el Parque Sueños de Libertad y la Avenida del Rio, con una iluminación a la altura y belleza de las grandes ciudades del país.
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Qué bueno que en estas épocas, donde solo se escucha el ay ay ay, cuando los mandatarios están terminando sus administraciones y en su mayoría han decepcionado a quienes los eligieron, encontrar a uno como Carlos Andrés Londoño Zabala, que tiene a sus habitantes con una expresión de felicidad, pero, sobre todo, de esperanza, al sentir que hoy viven en una ciudad, la Villa de Robledo de la cual ya pueden decir: “grande y bella como Cartago”.